domingo, 16 de agosto de 2015

Un libro en proceso...

Ella había leído tanto, que de pronto se dio cuenta que era en vano, que lo único que había logrado era cerrarse por completo a sus sentimientos, que comprendía tanto al mundo que se sentía sola, que  era invulnerable al dolor, y eso la hacía sufrir. Ella cumpliría ya sus 74 libros con 15 años. Pero necesitaba actuar.
Al principio, leer era un reto. Luego, se convirtió en una pasión. Descubrió que en un libro se pueden encontrar las respuestas. Poco después, se dio cuenta que lo que creía saber, estaba fundamentado y que la riqueza de un libro podía enrumbar el camino. Pero también, con el pasar del tiempo, se dio cuenta que hay cosas que leía, que  necesitaban ser vividas, que la ley del tiempo, que la ley del amor, no puede ser descrita en palabras, y que no todo se puede comprender. Había leído mucho, pero no sabía nada, porque había olvidado vivir. Imaginaba el mundo, y podía explicarlo, pero las palabras no surgían de su boca, porque lo entendía, pero ya no sentía nada. Sabía que amaba, agradecía lo que tenía, pero el sentimiento,  había desaparecido.
Mucha gente le dijo que era madura, que tenía una amplia visión del mundo, pero nadie se atrevía a enfrentar que no sabía nada; que si bien para su edad había asimilado una buena imagen de la vida, se sentía desesperada y deprimida. Nadie entendía, que no era madura, porque la guiaban, pero con apreciaciones absurdas e idealistas. Dicen que en este mundo, todos son profesores de alguien, pero tan sólo uno de cada 100, se convierte en maestro. Ella había tenido buenos maestros, pero en el mundo,  aún gobernaban los profesores.
Necesitaba ayuda, pero estaba cansada de consejos superfluos, ya no quería escuchar a las mismas voces, que pensaban que era madura. No entendía, no sabía nada. Era como volver a empezar, había creado un mundo que no era real, y en consecuencia, estaba desapareciendo.
Conocía los problemas graves de la humanidad y de sus cercanos, pero no sabía qué hacer con ello, porque la simplicidad de su vida, esa no la comprendía. Conoció mucha gente, pero nadie la recordaba, porque su universo estaba guardado en ella, porque no lo podía decir. Podía escribir, pero en tantas ocasiones, había deseado hablar, gritar todo lo que sentía, y simplemente, debía reducirse a seguir leyendo, y esperar que el autor exprese lo que ella no podía. Cuando escribía, se podía mostrar, pero nada se podrá comparar a una conversación, no podía interrumpir lo absurdo de las personas, las trivialidades que escuchaba, empezaban a acostumbrarla a que las personas, simplemente no hablan de sí. Escribía lo que pensaba, pero lo que sentía no lo podía escribir, porque necesitaba decirlo, y no podía. Buscó su misión, el sentido, y en esa búsqueda, no encontró resultados, falló, y cayó. Cayó tan bajo, que ya no podía levantarse, porque no sentía. Ya no sabía lo que buscaba, su mente estaba atada a sus deseos pero tenía miedo, de no ser lo que esperaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario